El 9 de
julio de 1816 un Congreso de diputados de las Provincias Unidas proclamó la
independencia; en 1819 se proclama la Constitución. Esto vino a
confirmar que el primer grito de emancipación dado por los hombres de mayo se
fortalece en el Congreso realizado en Tucumán. En la actualidad se
festeja el bicentenario de nuestra independencia.
Es necesario comprender la declaración de la independencia argentina
de 1816 en su reiterado significado: como un movimiento realmente emancipador y
como un movimiento predominantemente americanista, porque los hombres de 1816
tuvieron, como un sentido manifiesto, la democracia, es decir, la independencia
para la nacionalidad y la libertad para el individuo, pero todo dentro de
un contenido estricto de solidaridad americana. Con
dicha declaración se hizo una formal ruptura de los vínculos de dependencia
política con la monarquía española y se renunció a toda otra dominación extranjera.
En el Congreso de 1816 se sancionó la
independencia en su más amplio sentido, es decir, que los congresales de
julio en Tucumán no sólo sancionaron la independencia política sino
también la económica, porque no se concibe un país políticamente libre
sin una economía libre.
El primer
decenio posrevolucionario (1810-1820) estuvo signado por la lucha entre dos
ciudades-puerto -Buenos Aires, y Montevideo- que disputaban el mismo
hinterland, es decir la misma región continental en dependencia
geográfico-económica de la cuenca del Plata. Durante esa década las provincias
procuraron implantar su propio sistema económico, tendiente a salvaguardar sus
artesanías y manufacturas locales cuyo exterminio era previsible ante el
indiscriminado fluir de productos industriales europeos o, mejor dicho,
británicos. Las barreras aduaneras interiores, la instauración del caudillismo y el régimen de pactos
interprovinciales -todo ello característico de la segunda década- son índice de
una lucha constante entre el librecambismo porteño y el proteccionismo
provinciano.
Mientras
Montevideo estuvo en poder de las fuerzas del rey, Buenos Aires fue el único y
obligado puerto de ultramar para los independentistas, que nada podían esperar
del puerto rival. Pero a partir de 1815 la lucha se perfiló para Buenos Aires
en tres frentes. Tras la tregua de Cepeda, los unitarios, herederos de los
directoriales y personemos de la burguesía mercantil porteña, pretendieron
anular la influencia poderosa de los estancieros bonaerenses, capitalizando la
ciudad-puerto y dividiendo a la provincia, pero el enssayo fracasó. Y la campaña
comenzó a preparar su intento decisivo de hegemonía, que habría de consolidarse
gracias al Pacto Federal de 1831.
La victoria del
litoral sobre Buenos Aires en 1820 produjo una efectiva disgregación de los
grupos sociales y engendró la inmediata reacción sucesiva de las provincias
interiores, mientras la campaña bonaerense veía fortificada su privilegiada
situación. Esa crisis política desarticuló en apariencia el Estado nacional,
pero creó las condiciones favorables para la iniciación del régimen de pactos,
base del sistema federal.
Muy pronto se perfilaron buenas perspectivas en el campo financiero,
La principal fuente de ingresos del Estado eran los
impuestos a la importación y al comercio, que perjudicaban a los consumidores
más pobres. En cambio, los grandes propietarios bonaerenses y los grandes
comerciantes, particularmente los ingleses, podían descontar sus empréstitos
forzosos cuando le vendían al Estado, y terminaban convirtiéndose en acreedores
del Estado y ganando influencia en sus decisiones.
La situación del interior era diferente. En algunas
regiones, como en Cuyo, Córdoba, Corrientes y las provincias del Noroeste, se
habían desarrollado pequeñas y medianas industrias, en algunos casos muy
rudimentarias pero que abastecían a sus mercados internos y daban trabajo a los
habitantes de estas regiones. Para el interior, el comercio libre significó en
muchos casos la ruina de sus economías regionales, arrasadas por los productos
importados más baratos y de mejor calidad.
La superioridad de recursos económicos y
financieros de Buenos Aires haría que su influencia predominase en cualquier
tipo de gobierno nacional.
Por lo tanto, para que las provincias pudieran eludir la dominación de Buenos Aires, era imprescindible que conservaran cierto grado de autonomía económica y fiscal; para ello era necesario lograr la autonomía política y, por lo tanto, limitar los poderes y autoridad del gobierno central. En esta disputa, por largos períodos sangrienta, transcurrirían los próximos años de la historia argentina del siglo XIX..
Por lo tanto, para que las provincias pudieran eludir la dominación de Buenos Aires, era imprescindible que conservaran cierto grado de autonomía económica y fiscal; para ello era necesario lograr la autonomía política y, por lo tanto, limitar los poderes y autoridad del gobierno central. En esta disputa, por largos períodos sangrienta, transcurrirían los próximos años de la historia argentina del siglo XIX..
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