(continuación del blog anterior)
Los mercados financieros mundiales hoy son sin duda más eficientes. Los cambios en las comunicaciones y en las tecnologías de la información, y los nuevos instrumentos y técnicas de manejo de riesgo que estos cambios han hecho posible permiten a un amplio rango de firmas financieras y no financieras manejar sus riesgos de manera más efectiva. Como consecuencia, las firmas pueden concentrarse ahora en manejar los riesgos económicos asociados con sus negocios primarios. El reciente torbellino financiero en algunos mercados financieros asiáticos, y similares situaciones anteriores, confirman que en un mundo de creciente movilidad del capital hay un premio para los gobiernos que mantienen sólidas políticas macroeconómicas y permiten que las tasas de cambio provean señales apropiadas acerca de la estructura más amplia de precios de la economía.
Hacía casi un siglo que se operaba con futuros de acciones y commodities. Durante un tiempo, los bancos habían provisto contratos de divisas a futuro para ayudar a sus clientes a cubrirse en caso de pagos o a efectuar en otras divisas. Pero - aparte del aumento de las variables del mercado -, tres fenómenos estimularon el crecimiento de derivados complejos.
Estos fenómenos fueron:
a) el aumento del poder de la computadora que permitía cálculos financieros complejos con muchas variables y varias repeticiones en tan solo minutos o segundos,
b) el swap u operación de intercambio. Esta simple innovación, cambió el semblante de los mercados financieros. Una vez que se entendió el concepto de swap, se pudo aplicar a cualquier par de flujos, independientemente del préstamo subyacente o bono. El principal uso del swap ha sido para la cobertura de las tasas de interés o la especulación. Hacia fines de la década de 1990, se colocaban alrededor de u$s. 10 billones en montos de swaps.
y c) tiene que ver sobre el crecimiento de los mercados de futuros. Los futuros de las commodities han cotizado en bolsa durante años, pero la demanda de contratos de futuros tres meses con tasas de interés en dólares se reconoció después de las extremas fluctuaciones de comienzos de la década de 1980.
En 1981, la Bolsa Mercantil de Chicago lanzó el primer contrato de futuros de liquidación en efectivo sobre tasas de interés en dólares y, al poco tiempo se lanzaron otros contratos sobre bonos del Tesoro de los Estados Unidos, diversas monedas y el índice bursátil S&P 500. Pronto, estos contratos se convirtieron en herramientas esenciales para la cobertura de riesgos tomados en los mercados extrabursátiles.
Los instrumentos estandarizados, líquidos, que cotizaban en bolsa, se usaban para compensar posiciones en los activos que se negociaban bilateralmente, como los bonos del Tesoro, las acciones y las divisas. Las operaciones cruzadas de productos que cotizan en bolsa y productos que no lo hacen llevó a las compañías financieras a un desglose más detallado o “fragmentado” de esos riesgos, mayormente riesgos del mercado en las partes que los componen.
El resultado lógico de la fragmentación, llevado al extremo, es que puede separarse cada riesgo, se le puede poner un precio y se lo puede vender en el mercado al comprador más interesado. De este modo los riesgos del mundo pueden redistribuirse en pos de una eficiencia máxima: se recompensa a los tomadores de riesgos y a quienes se rehúsan a tomarlos pueden continuar sin complicaciones. Pero esto es idealista y poco viable. En el mundo real, los riesgos no pueden fragmentarse por completo, dado que se entremezclan.
Cada operación financiera trae aparejada una multiplicidad de riesgos, no sólo el de que los precios de mercado fluctúen. También existen el riesgo crediticio de que la contraparte de la operación no cumpla con su parte de la transacción, el riesgo operativo de que la operación no se procese en forma correcta y muchos otros, como riesgos legales y de reputación, que pueden afectar el valor de una operación y la capacidad de una parte de cumplir con ella o continuar operando. Es casi imposible identificar todos los riesgos, mucho menos cuantificarlos, fragmentarlos y ponerles un precio por separado.
Pero en las dos décadas desde alrededor de 1982 hasta 2002, las entidades financieras aplicaron una gran parte de su energía y de sus recursos tratando de hacer precisamente eso, alentados por los agentes reguladores. Se gastaron pocos recursos y energía, en tratar de rediseñar el entorno financiero para tornarlos menos riesgosos. La orden del día era la evolución natural, impulsada por los principales intervinientes del ámbito financiero.
Los avances tecnológicos (en la computación y las telecomunicaciones, junto con la globalización de la banca y del comercio), han propiciado la desregulación y esto, a su vez, intensificó la competencia en todo el mundo. Esto trae como consecuencia un mercado mucho más eficiente y conectado a nivel internacional, pero mucho más complejo que el de años anteriores. Son cambios positivos. Los mercados financieros modernos exponen las economías nacionales a los impactos de fuentes nuevas e inesperadas y con poco – o nulo – intervalo. Los bancos centrales deben diseñar métodos que evalúen y reduzcan los riegos de los sistemas financieros.
La globalización se acompaña con la necesidad de una mayor colaboración entre reguladores en el nivel internacional. Entre los factores que complican la coordinación se encuentran, entre otros, la diferencia de estructura entre las industrias de la banca y de los valores o instrumentos financieros, la tendencia europea a los conglomerados de servicios financieros y la renuencia de los países a ceder el control de sus políticas monetarias. Sin embargo, los reguladores coinciden en que es necesario cerrar la brecha en la supervisión de los mercados internacionales.
Fuente: “Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo”/98 – “Los mercados financieros internacionales en el mundo actual” Rojo, LA – Madrid, Universidad. de Alcalá de Henares – “Estrategias bancarias en la transición al siglo XXI” – Banco Finanzas número 38.
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