sábado, 21 de junio de 2008

Comentarios sobre economía del Papa Benedicto XVI (II)

(Continuación de nuestro blog anterior del 20/06/08) Desde su elección, el Papa Benedicto XVI se ha referido frecuentemente a los problemas y necesidades con los que la humanidad se encontraba confrontada en la actualidad. Por ejemplo, ante los participantes de la 33ª Conferencia de las Organizaciones de Alimentación y Agricultura de las Naciones Unidas (FAO), el Papa lamentaba el contraste paradójico entre los nuevos avances económicos, científicos y tecnológicos y el constante aumento, por otro lado, de la pobreza. Objetaba a las instancias políticas, las instituciones económicas y a los que detentan el poder en la sociedad. El hambre y la desnutrición "son inaceptables" en un mundo que dispone de niveles de producción, recursos y conocimientos suficientes para poner fin a tal drama y a sus consecuencias. No es una simple fatalidad provocada por situaciones adversas", señaló el Papa en su discurso. Aunque Benedicto XVI reconoce que luchar contra la falta de alimentos era una tarea difícil, reiteraba que nadie puede quedarse impasible ante la llamada de quienes pasan hambre. El gran desafió de hoy es el de globalizar no sólo los intereses económicos y comerciales, sino también las expectativas de la solidaridad. En este momento en que la seguridad alimentaria se ve amenazada por el aumento del precio de los productos agrícolas, el Papa aboga por adoptar nuevas medidas para la lucha contra la pobreza. En otra manifestación señalaba que la familia humana, hoy más unida por el fenómeno de la globalización, necesita un fundamento de valores compartidos, una economía que responda realmente a las exigencias de un bien común de dimensiones planetarias. Desde este punto de vista, la referencia a la familia natural se revelaba también singularmente sugestiva. Era necesario fomentar relaciones correctas y sinceras entre las personas y entre los pueblos, que permitan a todos colaborar en plan de igualdad y justicia. Al mismo tiempo, es preciso comprometerse en emplear acertadamente los recursos y en distribuir la riqueza con equidad. En particular, las ayudas que se daban a los países pobres debían de responder a criterios de una sana lógica económica, evitando derroches que, en definitiva, servía sobre todo para el mantenimiento de un costoso aparato burocrático. Se debía también tener en cuenta la exigencia moral de procurar que la organización económica no respondiera sólo a las leyes de los beneficios inmediatos. Ciertamente, cuestiones de seguridad, como los objetivos del desarrollo, la reducción de las desigualdades locales y globales, la protección del entorno, de los recursos y del clima, requieren que todos los responsables internacionales actúen conjuntamente y demuestren una disponibilidad para actuar de buena fe, respetando la ley y promoviendo la solidaridad con las regiones más débiles del mundo. Pensaba el Papa particularmente en aquellos países de África y de otras partes que permanecían al margen de un auténtico desarrollo integral, y corrían por tanto el riesgo de experimentar sólo los efectos negativos de la globalización. En el contexto de las relaciones internacionales, era necesario reconocer el papel superior que desempeñan las reglas y las estructuras ordenadas a promover el bien común y, por lo tanto, a defender la libertad humana. Para la paz familiar se necesita, por un lado, la apertura a un patrimonio trascendente de valores, pero al mismo tiempo no deja de tener su importancia un sabio cuidado tanto de los bienes materiales como de las relaciones personales. Cuando falta este elemento se deteriora la confianza mutua por las perspectivas inciertas que amenazan el futuro del núcleo familiar. También puso de relieve la responsabilidad del empresario, llamado a dar una contribución especial al desarrollo económico de la sociedad. En efecto, el tenor del bienestar social de que goza hoy algunos pueblos no sería posible sin la aporte de los empresarios y de los dirigentes, cuyo papel, como recuerda el Compendio de la doctrina social de la Iglesia, reviste una importancia central desde el punto de vista social, porque se sitúa en el corazón de la red de vínculos técnicos, comerciales, financieros y culturales, que caracterizan a la moderna realidad de la empresa. Toda empresa deberá considerarse, en primer lugar, como un conjunto de personas, cuyos derechos y dignidad se deben respetar. A este propósito, el Papa se encontraba complacido al saber que ciertos Movimientos, durante estos años, se han esforzado por subrayar con vigor la centralidad del hombre en el campo de la economía. Al respecto, destacaba significativamente el primer Congreso nacional de 2006 sobre el tema: "La economía del hombre". En efecto, era indispensable que la referencia última de toda intervención económica sea el bien común y la satisfacción de las legítimas expectativas del ser humano. En otros términos, la vida humana y sus valores deben ser siempre el principio y el fin de la economía. Desde esta perspectiva, asume su justo valor la función de los beneficios como primer indicador del buen funcionamiento de la empresa. Otro tema importante que subrayaba era el complejo fenómeno de la globalización. Este fenómeno, por una parte, alimentaba la esperanza de una participación más general en el desarrollo y en la difusión del bienestar gracias a la redistribución de la producción a escala mundial; pero, por otra, presenta diversos riesgos vinculados a las nuevas dimensiones de las relaciones comerciales y financieras, que van en la dirección de un incremento de la brecha entre la riqueza económica de unos pocos y el crecimiento de la pobreza de muchos. Para los países pobres haría falta crear y garantizar, de manera confiable y duradera, condiciones comerciales favorables que incluyan sobre todo un acceso amplio y sin reservas a los mercados.En otro aspecto Benedicto XVI entiende necesario tomar decisiones a favor de una rápida cancelación completa e incondicional de la deuda exterior de los países pobres altamente endeudados y de los países menos desarrollados. Asimismo, debían tomarse medidas para que estos países no terminen de nuevo en una situación de deuda insostenible. Además, los países industrializados tienen que ser conscientes de los compromisos que han asumido en el ámbito de las ayudas al desarrollo y cumplirlos plenamente. También insiste en que se necesitan importantes inversiones en el campo de la investigación y del desarrollo de medicinas para el tratamiento del sida, de la tuberculosis, de la malaria y de otras enfermedades. Los países industrializados tienen que afrontar la urgente tarea científica de crear finalmente vacunas contra estos males. Asimismo, es necesario poner a disposición tecnologías médicas y farmacéuticas, así como conocimientos derivados de la experiencia en el campo de la salud, sin pretender en cambio exigencias jurídicas o económicas. Por último, la comunidad internacional tendrá que seguir trabajando por una reducción significativa del comercio de armas, legal o ilegal, del tráfico ilegal de ciertas materias primas y de la fuga de capitales de los países pobres, y también comprometerse en la eliminación tanto de prácticas de reciclaje de dinero mal habido como de la corrupción de los funcionarios en los países pobres.Si bien estos desafíos tienen que ser afrontados por todos los estados miembros de la comunidad internacional, el G8 y la Unión Europea deberían desempeñar un papel-guía en este sentido

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