(continuación de la publicación del 12/05/08)
El avance de la pobreza y de la indigencia en el país dadas a conocer por el INDEC a octubre de 2001 eran notoriamente preocupantes. Tan solo en el Gran Buenos Aires había 3,9 millones de personas pobres, vale decir un 43,2% de la población total. En base a las proyecciones se estimaba que casi el 45% de los habitantes de Argentina era pobre, lo cual significaba que existían 16 millones de pobres.
También, según el INDEC, desde que empezara la recesión – a mediados de 1998 – el consumo por habitante había descendido más del 8%. Los años de recesión cambiarían por mucho tiempo los hábitos de los argentinos. Nos referimos a un cambio estructural, ya no coyuntural. Era una clase de “empobrecidos” que alcanzaban a mediados de 2001 a unas 7.500.000 personas que constituían cerca del 20% de los consumidores.
Otro dato era el de la desnutrición. Según informaciones del Instituto de Cultura Solidaria en la Argentina había (al comienzos del 2001) 250.000 niños menores de cinco años que padecían desnutrición. Según el INDEC en los primeros cinco meses del 2002, se sumaban 1.500.000 nuevos pobres. El aumento de los precios, la desocupación y la caída de salarios originaba el incremento de la cantidad de personas que no podían adquirir una canasta básica de alimentos. Un niño mal alimentado podía llegar a padecer en el futuro perturbaciones serias; además dificultades cognitivas y de aprendizaje. La desnutrición deja secuelas graves en el desarrollo intelectual y en la evolución física del organismo.
Esto último es lo que estuvo ocurriendo en la mayoría de los países latinoamericanos, incluida la Argentina. Según la CEPAL, en la región “persistían elevados niveles de desigualdad y rigidez en la distribución del ingreso, incluso entre países que han logrado altas tasas de crecimiento”.Sostenía que “el balance de los cambios distributivos entre mediados de la década pasada (el trabajo es de 1998) y la actual, mostraba aumentos de la desigualdad de ingresos en la mayoría de los países de la región “. Y concluía: “En este resultado ha incidido la capacidad del 10% más rico para sostener o acrecentar su participación, en tanto que la del 40% de hogares más pobres se ha mantenido o deteriorado”. La CEPAL ubicaba a la Argentina entre los países que en esos periodos había crecido, a partir de 1990, pero eso no se había traducido en un descenso de la concentración del ingreso”.
También el BID (Banco Interamericano de Desarrollo), señalaba que “si se adopta una perspectiva de comparación internacional, se encontraba que América Latina era la región donde el ingreso se encontraba peor distribuido. La medición usual de concentración es sustancialmente más alta que la de los países desarrollados o la de las economías del sudeste asiático y supera cualquier otra región del mundo, y era apenas comparable al promedio de países africanos.”
La Argentina, que en la década del setenta, tenía un reparto de los ingresos similar al de los países desarrollados, ya en 1998 se acercaba al promedio latinoamericano y estaba por detrás de otros países de la región.
De los datos del Banco Mundial se desprendía que en los países con mejor distribución de ingresos, el 20% más rico se quedaba con el 30% al 40% del total, como también sucedía en la Argentina en la década del setenta. Luego, la Argentina integraba el conjunto de países con peor reparto de los ingresos porque, mientras que en 1975 el 10% más rico recibía ocho veces más que el 10% más pobre, después los que estaban en la escala superior se quedaban con 22 veces más.
Uno de los objetivos centrales de toda sociedad es la equidad. En su dimensión económica ese objetivo se traduce en una asignación equitativa de los bienes y servicios. Si bien es razonable pensar que existe consenso en este objetivo social amplio, al momento de hacerlo más específico y de evaluar sus consecuencias económicas prácticas, aparecen fuertes divergencias. El núcleo de la conexión entre disparidades de renta y crecimiento, no está todavía resuelto de modo convincente por los estudios teóricos ni, tampoco, por la evidencia empírica disponible. En estas mediciones y comparaciones es común utilizar el denominado “coeficiente de Gini”, que es un indicador que se emplea para medir la iniquidad en la distribución del ingreso. El índice de Gini toma valores entre 0 y 1. El valor 0 corresponde al caso de “igualdad absoluta de todos los ingresos”, mientras que el valor 1 representa el caso contrario, donde todas las personas tienen ingreso 0 y una sola persona acumula el total del mismo.
La brecha de ingresos se redujo en cinco puntos en el segundo trimestre de 2006 en comparación con los primeros tres meses. Los datos oficiales mostraban que lo percibido por los más ricos supera en 31 veces a lo que reciben los más pobres. En la etapa anterior esa distancia era de 36 veces. Una vez conocido el informe del INDEC, una alta fuente del Ministerio de Economía en Argentina, expresó que "la brecha de ingresos es la menor en toda la serie histórica, que se publica desde 1996". Y evaluaron que esta mejora se debió al aumento del empleo y de los salarios.
Esta medición incluía todos los ingresos que percibían los hogares, ya sean salarios, subsidios u otro beneficio monetario. Según estos datos, el 10% de la población más rica de la Argentina se quedaba con el 35% de la riqueza generada durante el segundo trimestre.
Las cifras divulgadas en su momento por el INDEC revelaban que, pese al crecimiento económico, la distribución del ingreso había mejorado muy poco en 2006.
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