La felicidad es algo que da sentido a nuestra existencia interior, la forma para alcanzarla es a través del exterior, con todas las personas que nos rodean y realizando aquellas acciones que nos hagan sentir bien. Los economistas modernos, en su mayoría expresan que para alcanzarla es necesario espontaneidad, inspiración, pasión, aprendizaje, libertad, honestidad y cooperatividad. Desde el punto de vista de nuestros principios religiosos la felicidad estará siempre unida al seguimiento de nuestros deberes para con Dios, hermanados con el prójimo en la ayuda que podemos brindarle en un ambiente que anhelamos de paz y amor.
La felicidad decía el filósofo John Locke depende de la mente y no de las circunstancias, pero para la mayoría de las personas su estado mental está relacionado con el bienestar, entendido desde el punto de vista económico. La rama que liga y estudia estas relaciones es la llamada "Economía de la felicidad", disciplina teórica en expansión en los Estados Unidos y Europa. Un miembro destacado de esta escuela, es el economista inglés Richard Layard quien afirmó que "la felicidad es el único objetivo de una sociedad sana”. Hace unos años un par de economistas de Princeton, Bruno S. Frey y Alois Stutzer, hicieron lo que nadie había hecho antes: pensar y estructurar una teoría y práctica económica que le permitiera al individuo ser más feliz. Hasta entonces, los economistas tradicionales se habían negado a trabajar con las variables que pertenecían más bien a lo subjetivo, como las que se trabajan y se aplican en la psicología social.
Revisando de qué manera inciden las instituciones y la política del Estado - en lo que suponemos sería la sensación de felicidad y de bienestar, ya sea subjetivo o no -, será esencial determinar qué tipo de sociedad es la que permite que se alcance este concepto. Así por ejemplo estar desempleado o vivir con la inflación o, por el contrario, tener bienes y empleo, incide en el bienestar y nos coloca en esa plataforma donde la vida es más satisfactoria.
El análisis especializado sobre la interrelación entre la economía y la felicidad viene de lejos en la historia del pensamiento económico. A finales del siglo XVIII, J. Bentham ya sostenía que el principal objetivo de la economía política debía consistir en maximizar la suma de la felicidad de la ciudadanía. Los planteamientos actuales, sin embargo, se inician a principios de 1970, a raíz de un trabajo de R. A. Easterling, preguntándose si el dinero puede comprar felicidad.
El correspondiente análisis economicista, acompañado de conocimientos propios de psicología experimental, se basa en encuestas que en países como Estados Unidos y Japón se habían puesto en marcha unos pocos años antes. Los sondeos europeos son más recientes. En el conjunto de ellos, de todas maneras, las conclusiones son bastante similares: el aumento progresivo del bienestar material, medido usualmente por la evolución del producto bruto interior (PBI), no es parejo - por lo menos en la misma proporción -, con el aumento de felicidad. Y en determinados estadios se registra incluso todo lo contrario.
En estudios complementarios, en los cuales se relaciona felicidad con el ingreso por habitante, se constataba lo siguiente. 1) los países de mayor renta disfrutaban comparativamente de altos niveles de felicidad, si bien los incrementos relativos del PBI no guardaban correlación positiva con aumentos de felicidad. Es el caso de países como Suiza, Holanda, Canadá o Estados Unidos, 2) naciones que también disfrutaban de altos estándares de felicidad, pero con unas rentas comparativamente más bajas y señalaban la tendencia; en contraste con el caso anterior que establecía que al aumentar el PBI también aumentaba la felicidad, aunque con ciertos matices.
O sea, cuando el nivel absoluto de renta per cápita superaba una cifra promedio importante en los ingresos personales, dejaba de existir correlación positiva entre determinadas variables. En este marco, se encontraban países como España, Chile, Corea del Sur o China. Finalmente, en países con renta por habitante más baja y niveles reducidos de felicidad, como Rumanía, Rusia o Bulgaria, en todos los casos sucedía que el incremento del PBI sí repercutía en mayor felicidad.
Adam Smith (Economista clásico, con su principal libro publicado en 1776) pensó que había placer en tener y admirar la artesanía de un reloj bien hecho, incluso si su exactitud extra era un pequeño beneficio práctico. Bentham apreciaba las comodidades, según Negley Harte, historiador de la Universidad de Londres. Hoy, sociólogos, economistas y legisladores ven en el bienestar individual una responsabilidad colectiva ligada a las políticas públicas.
Quienes estudian la economía de la felicidad descubrieron que las personas se habitúan rápidamente a un nuevo estándar de vida. Un cambio de automovil debido a una mejora en el salario, por ejemplo, producía una satisfacción momentánea, que se desvanecía al poco tiempo. Es importante conocer cuál era en ese análisis la relación entre poder adquisitivo y felicidad: la correlación entre ingresos y felicidad es alta para las personas con bajos recursos, pero a partir de un determinado nivel de salarios esa correlación decae. Sería, a partir de los que conocemos como “la clase media”, la que los generadores de felicidad están más relacionados al estatus, que al ingreso en sí. Por ejemplo, según algunos estudios nos causa más satisfacción un aumento de sueldo de un 10 por ciento que se nos de sólo a nosotros que un 20 por ciento que se le otorgue a todos los empleados de una repartición u oficina.
Muchos afirman que el desempleo ya no era el problema social más grande de Gran Bretaña. El número de desempleados británicos que exigen el subsidio es ahora una cantidad considerable. Pero hay cerca de un millón de personas que reciben beneficios por incapacidad debido a la depresión y al estrés de un trabajo inadecuado.
Son interesantes algunas reflexiones que se hacen respecto a la relación entre dinero y felicidad. Por un lado, en los países pobres, un aumento de la renta per cápita ayuda mucho a que aumente la felicidad del lugar. Si disponen de más dinero, se interpreta que serían más felices. Pero en cambio, en una sociedad rica, más dinero no implicaría mayor felicidad. Japón, por ejemplo, es uno de los países más ricos del mundo, y con una distribución de la riqueza muy igualitaria. Pero en cambio en un índice de felicidad que se publica basado en encuestas se encuentra en el puesto 90. España había aumentado su riqueza de una forma muy notable en los últimos 30 años, y sin embargo el índice de felicidad no había ido en consonancia.
En una reflexión final acerca de la felicidad, el filosofo y economista Adam Smith consideraba a la felicidad como un estado mental ligado a la valentía, a un mínimo de valor que se necesita en la vida para enfrentar los problemas diarios sin el cual la persona - en opinión de Smith -; es más abatida y miserable que un imposibilitado, pues ésto último afecta al cuerpo mientras que el desaliento afecta al espíritu, la misma valentía en este caso intelectual, que se necesita para ofrecer soluciones, para lograr una sociedad más justa, y en definitiva con más bienestar para todos.
En resumen de este breve comentario: existe una rama alternativa de la ciencia económica, llamada economía de la felicidad. Según la información, la economía de la felicidad se origina como estudio teórico en Europa a principios de esta década; se supone, incluso, que hoy es una corriente de moda en casi la mayoría de los países. La intención de sus estudiosos es determinar cómo influyen las variables económicas sobre el bienestar de las personas, para finalmente determinar políticas que aumenten la felicidad.
Pero también diremos que ha surgido una “industria”. La escala de valores ha producido un cambio. Si bien, tal y como cantaban los Beatles, “money can't buy me love” ahora muchos nos demuestran que el dinero ni siquiera compra la felicidad. Se multiplican las cátedras, teorías, investigaciones e índices. Florecen las revistas especializadas como el Journal of Happiness Studies. Nace un banco de datos, el World Database of Happines. En el catálogo de Amazon, en la reseña economy of happiness , aparecen por lo menos doscientos títulos entre ensayos y publicaciones científicas. La más antigua se remonta a 1902. La BBC ha dedicado al argumento seis programas de análisis en profundidad y una comedia. Grandes multinacionales, como la Ericsson , organizaban momentos de reflexión sobre el “estar bien mental” durante el horario de trabajo. En Australia actuaba The Happiness Institute, enseñando a aumentar los niveles de felicidad. El economista americano, Paul Zane Pilzer, autor de The Wellness Revolution calcula que la industria de la felicidad pertenece ya al tercer sector, tras los autos y la information technology , y que factura varios millones de dólares al año.
1 comentario:
Excelente articulo. Y es una buena punta para escribir un libro entero sobre este interesante tema.
Felicitaciones!!!
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