Dentro de los denominados economistas clásicos, uno de ellos, Juan Bautista Say se encargó de demostrar el equilibrio económico existente en ese modelo, asociado a un pleno empleo de factores productivos. Su expresión fue sencilla y quedó grabada en la historia económica “Toda oferta genera su propia demanda”. Demostraba así de sencillo, pero categórico, y confirmaba que todo lo ofrecido seria reclamado por la demanda. El esquema, por lo tanto, no permitía la presencia de superproducciones ni alteraciones en la producción, por consiguiente ni se pensaba en el estudio de los ciclos económicos. El equilibrio quedaba así demostrado, como también Malthus informaba sobre sus puntos de vista sobre el tema población y hasta David Ricardo se interesaba por desarrollar su teoría sobre las rentas diferenciales.
Pero en la crisis de 1929 y bajo la inspiración de Keynes, comenzó a admitirse desequilibrios que las solas fuerzas del mercado no podían solucionar, especialmente en un corto o mediano plazo. Aquí expresó Keynes que la razón de la desocupación y el cierre de fábricas, era por una insuficiencia de la demanda efectiva. Por lo tanto, ésta debería ser estimulada por los gobiernos, para reactivar la economía. El consejo fue aplicado por Roosvelt en su “Nuevo Trato”. Compartió la idea del economista inglés y promocionó en Estados Unidos - donde la Gran Depresión asoló severamente – con un incentivo a la demanda mediante una política activa, particularmente hacia la construcción. Los fondos para este cambio los proporcionaría el Estado aún a costa de déficit fiscales. La solución fue muy eficaz y consiguió Estados Unidos, salir de la crisis.
Más adelante, pasados los años, comenzó a hablarse de “economía de la oferta” y “Economía de la Demanda”, inspirados en criterios académicos. La economía de la oferta era una expresión que desde los años setenta venía proponiendo el fin de la emisión de moneda sin respaldo y una reforma tributaria que animara la productividad (es decir la oferta). Para cumplimentar este objetivo proponían 1) incentivos a los agentes económicos por medio de la reducción de impuestos como medio de promover la inversión y la oferta de trabajo, 2) disminución de la presencia del gobierno en la economía de la burocracia y reducir al mínimo la regulación de la actividad económica y 3) establecimiento de normas estables de política económica, que reduzcan la incertidumbre. Por su parte la llamada “economía del lado de la demanda” se preocupaba sólo por que los consumidores dispusieran de dinero para gastar y mantener de esa manera la marcha de la economía.
Lo anterior, muy breve, sirve para introducirnos en el caso actual argentino, donde por un lado expresa que el problema debe solucionarse activando a la oferta, mientras otros promueven la intensificación del consumo ante un descenso que podría presentarse. Es decir, la discusión, no obstante haber pasado los tiempos, parece se mantiene, incorporando una nueva expresión “enfriar o no la economía” (ver nuestro trabajo en este blog de fecha 02/09/07). El tema que se debate hoy es más bien, qué es lo que se entiende por enfriamiento. Y conociendo que la demanda crece cuatro veces más que la oferta, hay consenso que cree que lo que hay que enfriar entonces es la demanda y no la economía. En la Argentina en la actualidad la demanda crece al 30% y la oferta al 7%, este sería, para algunos, el motivo por el cual hay inflación. Lo que esto manifiestan es que se hace necesario políticas, fiscales y de ingresos. Con una tasa de inflación preocupante, el consumo se detendría solo.
Pero veamos el razonamiento de ambos: principalmente las autoridades del gobierno argentino mantienen su postura expresando que si la oferta no puede responder a la demanda, ésta última no tiene porqué acomodarse a la primera. Más bien – sostienen – es la oferta la que tiene que ponerse al servicio de la demanda y la mejor demostración es que la oferta debe acomodarse a la demanda, por otras vías que no sean las del mercado. Esto provocará la aplicación de la ley de abastecimientos, se prohibirán las exportaciones, habría control de precios y subsidios a la producción de bienes y servicios.
En cambio, los que defienden el argumento de enfriar la demanda (no la economía), alguien se encargará de hacerlo. Si no es por parte del gobierno, el mercado es quien se encargará de hacerlo. De allí que también se desprende un tipo de análisis complementario, y es que la desaceleración del nivel de actividad se obtendría conforme a dos formas: a través de un aterrizaje suave, que sería la forma más gradual, o uno brusco, que correspondería a un aterrizaje forzoso. En el primer caso es fundamental una estrategia de política económica: ya sea por medio de la política fiscal o monetaria, el fin es que la demanda encuentre un sendero de crecimiento sostenible de mediano plazo. El forzoso, en cambio, ocurriría cuando la autoridad no actúa en el momento preciso, y la demanda se detiene por sí sola en la oportunidad que el mercado lo reclame. Este caso podría reconocer una antesala de la estanflación.
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