Hay teorías que sostienen
que las crisis no son una consecuencia inevitable del
capitalismo, sino que son producto de la intervención estatal en el mercado y,
específicamente, en el mercado del dinero y del crédito y que todo comienza
cuando el gobierno decide imprimir más dinero con el objetivo – por ejemplo -
de reducir la tasa de interés. La tasa de interés, en realidad, es un precio como cualquier otro de la economía
y debería quedar determinada en el mercado de crédito.
Pero también estos
enfoques destacan que el gobierno puede influir en ese precio de la economía,
al menos a corto plazo, imprimiendo más billetes. Mediante
la expansión monetaria; el Banco Central inyecta dinero en los bancos y éstos comienzan a reducir la tasa de interés para
que haya más gente que tome esos préstamos.
El problema con esto es
que los empresarios consideran esta reducción en la tasa de interés
como una señal de que la sociedad está dispuesta a ahorrar más y consumir
menos, por lo que comienzan a emprender proyectos de inversión de mayor
duración. Los
precios de los factores de producción comenzarán a subir y los costos de los
proyectos de inversión indicarán que éstos eran, en realidad, inviables.
Su planteo no es otra cosa que un análisis riguroso de lo que sucede
cuando el gobierno comienza a distorsionar los precios relativos, que toma en
consideración todos los efectos no intencionados de dicha intervención. Lo expuesto es una herramienta
perfecta para comprender lo que está sucediendo con las tarifas en nuestro
país.
Cuando se decidió salir
de la convertibilidad, la Ley de Emergencia Económica les prohibió a los proveedores de servicios
públicos subir las tarifas para seguir cobrando, en dólares, lo mismo que
antes. También prohibió cualquier
tipo de indexación así que, básicamente, congeló los precios de los servicios
públicos. Como se sabe, los gobiernos siguientes Kirchneristas prorrogaron
dicha ley hasta el final del último mandato de CFK y la inflación acumulada
alcanzó altos niveles.
Así, en concreto, por
muchos y largos años las tarifas pasaron a ser un precio regulado de la
economía y mantenido por debajo de su valor “de equilibrio”, “natural” o sea
aquél que reflejaba la verdadera escasez relativa del recurso en cuestión.
Ahora bien, análogamente
a lo que sucede en algunas teorías, aquí quienes tomaron erróneamente la señal
de precios fueron los consumidores (aunque indirectamente también los
inversores). Con un precio artificialmente bajo, los consumidores de energía,
gas y agua, toman por cierto que dichos bienes son “sobreabundantes”. ¿Para qué se cerrará la ventana cuando hace frío si total sobra el gas y la
electricidad para calentar la casa con tres aires acondicionados y dos estufas
de tiro balanceado?. Hasta aquí la consecuencia no parece tan grave simplemente
fomentamos la cultura del derroche, pero ¿qué más?
Las consecuencias
(probablemente no intencionadas), son mucho más profundas. Es que en función de dicho precio
artificialmente barato, toda la estructura productiva de la economía comienza a
funcionar de manera descoordinada. Para un consumidor, no es lo
mismo vivir en el departamento de 500 mts2 si el gas para calefaccionar dicho
hogar cuesta 100 que si cuesta 10.000. Además, no es lo mismo tener un aire
acondicionado, o tener 4, si la electricidad cuesta 50 o 500.
En resumen, la distorsión
del precio relativo de la energía genera una enorme distorsión en todo el
sistema productivo. Para la teoría comentada, las tasas de
interés artificialmente bajas hacen que los proyectos de inversión luzcan
rentables cuando, en realidad, no lo son. De la misma forma, los
artificialmente bajos precios de la energía hacen que proyectos de inversión y
de consumo (como comprar una casa, un auto, o un electrodoméstico) luzcan
sostenibles cuando, en realidad, no lo son
.
Finalmente llega el punto
de quiebre. Con la energía
artificialmente abaratada, hay un exceso de demanda, pero nadie tiene interés
en producirla. Así que en un momento, surgen los problemas y aparecen los cortes
de luz o el racionamiento del gas. En fin, la “lucha por los recursos” que
parecían abundantes pero, en realidad, eran super escasos. Claramente, la segunda alternativa es la más sustentable
y la que más crecimiento generará a largo plazo.
Sin embargo, también es
cierto que una vez iniciado el esquema del control de precios y la distorsión,
ningún camino será agradable. El shock tarifario implicará un
reacomodamiento de la estructura productiva, y muchas decisiones de
consumo e inversión se demostrarán equivocadas. Finalmente, habrá que comenzar
a producir diferente, y algunos negocios tendrán que cerrar sus puertas,
mientras otros las abrirán en otros sectores. Pero nada de esto se hace sin
fricciones. Por eso cuando menos intervenidos estén los mercados, y más
flexibles sean, más rápido y menos doloroso será el ajuste.
La Teoría que se refería a
este caso ofrece otra conclusión reveladora sobre el problema de las crisis
económicas. Que el culpable de la recesión no es el Banco Central que - en el caso expuesto -sube las tasas de
interés, sino aquél que decidió reducirlas artificialmente en primer lugar.
Esto permite creer que la
conclusión puede ser estrictamente aplicable al tema tarifario. Una vez iniciado
el procedimiento de controlar precios por 14 años, no hay salidas fáciles. Y la responsabilidad por el ajuste no es
de quien decide optar por el camino de reducir la intervención, sino por la política
demagógica anterior, que al distorsionar las señales del mercado, generó una
burbuja insostenible y con un final manifiesto: el ajuste de siempre.
Fuente: basado en un artículo de Ivan
Carrino
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