1) Introducción:
A menudo se escuchan voces que demandan contestación sobre aspectos vinculados a ¿por qué la Iglesia tiene tantas riquezas en el Vaticano? ¿Por qué no las vende y la distribuye entre los pobres?, ¿Qué hace la Iglesia o el Pontífice con el dinero?, ¿cómo lo obtiene?, ¿en qué se gasta? ¡Cuántas preguntas de este tipo, o similares, escuchamos, a lo largo de nuestras vidas!. Son preguntas que parecen – muchas veces – de una cierta actitud agresiva. En realidad, ¿qué se quiere descubrir?, ¿qué se pretende sostener?.
Comenzaremos por manifestar que los bienes que tiene la Iglesia son aquellos que juzga necesarios para el cumplimiento de su misión, que es de orden espiritual. Estas “joyas” a las que comúnmente se aluden, son verdaderos tesoros, pero culturales, históricos, espirituales: templos, imágenes, cuadros, frescos, cálices que se encuentran para el culto religioso o se aprecian en museos en los que se conserva el patrimonio cultural del cristianismo.
Pensemos en la Piedad, la escultura de Miguel Angel, que puede apreciarse gratuitamente por todos lo peregrinos o visitantes de la Basílica de San Pedro. ¿Sería oportuno subastarla para donar ese dinero a los pobres?. Si fuera vendida podría ser apreciada por quienes pagaran una entrada al exhibirla y se alejaría de los menos pudientes. ¿Qué nivel de pobreza podría resolverse con ese dinero?. ¿A cuántos podría beneficiar mientras la marginación crece en el mundo?. ¿Quién podría ponerle valor a la riqueza espiritual, francamente conmovedora que transmiten sublimes figuras esculpidas por el genial Miguel Angel?.
Por otro lado, es propio y digno del ser humano ofrecer al Altísimo lo mejor de sí, que lo acerque a valores trascendentes, que eleve su espíritu. A lo largo de la historia observamos en distintas culturas, que los hombres mantuvieron siempre el anhelo de ofrendar a Dios, o a las divinidades, lo más bello de esas comunidades, los más hermosos templos y expresiones. Lo observamos en construcciones de otras religiones, como sinagogas o mezquitas o los pertenecientes a las civilizaciones de la antigüedad en Luxor o Karnac y los que se levantan en torno al río Nilo, tesoros que los egipcios cuidan celosamente y para el bien de todos.
La lista es tan larga como atractiva- ¿Por qué sorprendernos, entonces, de la belleza de Notre Dame, Nuestra Señora de París, si es el fruto del amor de miles y miles de creyentes ¿De la catedral de Burgos, orgullo de España?. ¿O de la Basílica de San Pedro, el más amplio templo de los católicos?. Esto llevaría a puntualizar un tema: ¿de quién y para quienes son esas obras, esos edificios?. ¡Pues es patrimonio de todos!!. Esos tesoros pertenecen a la humanidad, son de todos y en especial de los pobres. Son simple y maravillosamente para todos, para el culto, la recreación del espíritu, la afirmación de la historia, el aporte de miles y miles de personas de todos los tiempos, incluso para las personas de cualquier religión o autodefinidas como ateas. Vender esos tesoros significaría una pérdida para la propia identidad.
Los que atacan las riquezas vaticanas apuntan más a los tesoros artísticos, patrimonio que la Iglesia pone al alcance de todos. La belleza nos eleva espiritualmente, nos gratifica, dignifica y anima, inspira a la oración recogimiento. Nos une al pasado y reconforta en el presente. La existencia de bienes artísticos y religiosos, ¿afecta de alguna manera la pobreza?. No, en absoluto. Su venta ¿la resuelve definitivamente?. Tampoco. Los templos son lugar de oración, centro religioso de la comunidad, patrimonio cultural de la humanidad. Sus frutos no se pueden calcular solo en términos económicos.
Como la preocupación de la Iglesia pasa por el mundo, en forma integral, en su momento construyó hospitales y universidades, y sigue atendiendo tal número de obras asistenciales. Del total del presupuesto anual de la Santa Sede, casi un 30% está destinado enteramente a obras como las citadas. Por lo tanto, resulta un tanto absurdo esgrimir la necesidad de los pobres para atacar las supuestas riquezas del Vaticano, cuyo presupuesto anual ronda en los 145 millones de dólares, menor al de algunas universidades de los Estados Unidos.
Por otro lado la pobreza del mundo no se ataca efectivamente ni con las donaciones que, sin duda, ayudan. En primer lugar, la situación de los más necesitados mejorarían si los gobiernos fueran capaces y honestos, si hubiera trabajo para todos y salarios dignos. Allí donde la Iglesia se muestre como una asociación casual, el don de la fe se volverá cuestionable. Pero el que esté convencido de que la Iglesia no es una asociación, sino el don del amor que nos está ya esperando aun antes de que comencemos a respirar, no conocerá un que hacer más agradable que el de preparar a los seres humanos para el don del amor, pues es el único que justifica el don de la vida. No se puede olvidar que la Iglesia tiene una misión espiritual, no material, los recursos económicos son solamente el medio, no el fin.
(continuará)
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