martes, 15 de julio de 2008

Los costos en el campo argentino

(Este blog es complementario de los publicados en fechas 2/04/08 y 29/06/08) Los productores invierten cientos de dólares por hectárea, para sembrar y esperar que las condiciones climáticas sean favorables para subir sus rindes. Pero aparte, también lo hacen para asegurarse un rinde superior, invierten más para producir mayor cantidad por hectárea. Los agroquímicos le aseguran al productor como mínimo duplicar el volumen, todo esto con costo adicional cada vez más oneroso ya que son insumos importados y se pagan en dólares sin descuentos. Como se ve, la generalidad de los chacareros que siembren, lo harán al menor costo de inversión al no tener seguro las utilidades, eliminando de sus costos por lo menos los químicos, ya que no tienen incentivos de producir mayor cantidad, lo que como país tendremos el resultado de una cantidad menor de productos, eliminando la renta extra, transformando el círculo virtuoso que favorecía al país todo, en otro mediocre, que obliga a los productores a luchar solo por su supervivencia. Es indudable que la inflación determina que los costos agropecuarios crezcan exponencialmente, mientras que la suba de precios internacionales es absorbida en gran escala por el Estado. En los últimos 10 años se produjo un incremento en los costos fijos de la empresa familiar de tal manera que, por ejemplo en Santa Fe, 100 hectáreas de soja, a 100 kilómetros de los puertos, tiene aumentado un costo estructural por hectárea, y costos de producción que hacen que, vendiendo el quintal de soja, en pleno corazón agrícola de la pampa húmeda, queden pocos pesos para la manutención de la familia por mes. Esto lo sabe el gobierno, pero la tendencia es abrir camino para que grandes empresas produzcan 80 millones de toneladas. Y claro, los niveles de producción y exportación de la industria aceitera no se resienten, lo que se resiente es el tramado social de los pequeños pueblos que no logran apropiarse de ese crecimiento, y quedan fuera, sin herramientas ni financiamiento. Las economías regionales sufren aún más, porque con un gasoil más caro, traer insumos hacia Tucumán o Salta, llevar producción a los puertos o aceiteras instaladas a varios km. hacen más inviables los esquemas. Aquellos que están atados al mercado interno, como la producción azucarera, sufren de exceso, porque el mercado interno está retraído, hay 14 millones de argentinos por debajo de la línea de pobreza, 4 millones sin trabajo. Los que dependían del tipo de cambio brasileño se vieron obligados a bajar los costos, de allí la crisis del poroto, y esto tiene que ver con la discrepancia de paridad cambiaria existente entre Brasil y Argentina. Defendemos el Mercosur, pero hay que resolver varias cuestiones dentro de su esfera. Todo esto va haciendo cada vez menos viables las economías regionales, en las cuales se declama que hay que resolver los problemas, pero pasan gobiernos y legisladores, terminan los mandatos de los diputados nacionales de las respectivas regiones, y nadie resuelve nada. La pobreza estructural se agudiza en San Miguel de Tucumán o Rosario de la Frontera, es igual en Cuyo o el NEA y peor aún en parte del sur del país. La pampa húmeda, que tiene ventajas comparativas marcadas, también sufre los efectos, aunque sean algo más suaves. La producción no tiene problemas, el problema es de los productores. La que produjo el desconcierto fue el alza de los impuestos a la exportación de granos y subproductos -conocidos como retenciones- y la instauración de un esquema de alícuotas móviles que suben y bajan al compás de los precios internacionales. Si alguien exportara soja hoy, el fisco se quedaría con más del 40% de la facturación bruta sin contar otros impuestos. Las retenciones son cobradas por el gobierno nacional, el cual no está obligado legalmente a repartirlas entre los Estados provinciales, por lo que muchos lo ven como otra de las tantas iniciativas que ha emprendido para transferir la riqueza del campo a las ciudades, una práctica común en el país. El problema es que el campo argentino de hoy es muy distinto al de otros tiempos, gracias al acceso del capital internacional, la alta tecnología y el desarrollo de toda una clase media que se ha beneficiado de los buenos precios de los últimos años. El conflicto de hoy puede que no se apague tan fácilmente como en el pasado. El campo funciona a gasoil. Todo lo que se mueve adentro es accionado por un motor Diesel, desde el tractor hasta la cosechadora, pasando por los grupos electrógenos y las bombas de riego. Para producir, gasta unos 4.500 millones de litros por año, alrededor del 35% del consumo total de gasoil en la Argentina. En el aumento de los precios de los últimos meses de ese combustible el agro transfirió al sector petrolero en forma directa millones de dólares. El problema es más serio en las explotaciones que requieren alto consumo de combustibles, como el arroz entrerriano, que se realiza bajo riego, por medio del bombeo de agua desde los arroyos. En esos casos el gasoil compone el 55% del costo total. Pero además está la incidencia de los fletes en los costos tranqueras afuera. El agro tiene que transportar sus productos hasta el mercado, y en la componente del flete hay dos factores: el precio del gasoil y el costo del camión. Los camiones, amparados por el régimen automotor, cuestan un 40% más que en EE.UU., el gran competidor en el mercado agrícola internacional. Por eso, para un productor de la pampa húmeda que esté a 200 km de un puerto, el flete se lleva el 20% del precio del trigo o del maíz. En EE.UU. ese flete cuesta la mitad. El gas oil costaba $ 1,90 en el ejercicio 2006/2007 y sólo en el periodo 2007/2008 cerró a $ 2,50, habiendo en muchos lugares escasez. Un tema que ha recibido creciente interés en el sector agropecuario es la discusión de los efectos de la forma de tenencia de la tierra, tal vez como consecuencia del avance de la producción, en particular del cultivo de soja, en la región pampeana. Asimismo, una parte importante de la producción agrícola (aproximadamente 50 al 60% de los principales granos) se realiza bajo diversas formas de contrato de arrendamiento y esta modalidad parece haberse extendido en los últimos años, implicando probablemente una mayor separación entre la propiedad y el control de la tierra. En el contexto actual es indudable que la Ley de Arrendamientos Rurales requiere modificaciones que respondan a los nuevos tiempos. Consideramos que laSecretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentos (SAGPyA) debe ser incluido como organismo encargado de definir las condiciones técnicas referidas a las prácticas conservacionistas que deben atender todos los contratos de arrendamiento En el caso de la producción lechera también aparece el problema de los costos. Respecto del año pasado el precio de la leche al productor aumentó mucho, entre 60 y 80%, pero no llega a compensar el aumento de costos, sobre todo por la suba de los insumos dolarizados, como los fertilizantes. Los números preliminares del trabajo de la Asociación Argentina de Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola (AACREA) indicaban que en promedio los insumos subieron un 40%. Así, el fosfato diamónico pasó de costar u$s. 750 la tonelada a u$s. 1300 para el ejercicio que acaba de finalizar. Por su parte, el maíz cerró este ejercicio a $ 530, un 40% más que en el periodo 06/07. Respecto de la industria vitivinícola lo que preocupa precisamente, es el aumento en los costos de producción. Los insumos enológicos crecieron un 50%, el precio de las botellas, un 30% y la mano de obra aumentó en igual proporción, mientras que las cajas mostraron un incremento del 28% en promedio. Como se verá, se habla de los precios de venta al exterior favorecido por los valores internacionales, que es de esperar no sean circunstanciales, pero poco se menciona sobre los costos que afectan a todos los niveles productivos.

No hay comentarios: